Después de más de 10 días de cielos nublados y una tormenta que removió todo, esta mañana volvió a mostrarse el sol. Los que vivimos acá sabemos cuán valioso es el más mínimo rayito y no es de extrañar encontrarse con personas en el centro detenidas con su cabeza un poco levantada hacia arriba, ojos cerrados, manos abiertas, recibiendo ese calorcito momentáneo.
Es que el sol nos llama y nos nutre (vitamina D dicen que tanto nos falta y tanto nos regala el solcito), pero yo me pregunto, ¿qué más me nutre en otoño?.
Me nutre el dormir harto, a veces con un guatero. Me nutren las conversaciones con amigos sin apuro, el aprovechar la compañía de los niños dentro de la casa, y sobre todo, esos platos calóricos y calientitos: sopas de verduras, lentejas con longanizas, puré con huevo, un chocolate caliente al lado de la estufa a leña.
A veces parece esta época en la que la tierra descansa acá en el sur no nos deja más alternativa que buscar nuestro alimento en grandes cadenas que lo traen de más al norte -y reconozco que era uno de nuestros miedos al iniciar este camino con Vecinos- pero ya lo estamos viviendo, no hace falta ir lejos, nuestros vecinos se prepararon para seguir nutriéndonos: papas de todos los colores y variedades, zapallos, granos, lácteos, carnes, y un largo etcétera nos dejan sin excusa y con el regalo enorme de poder alimentanos de lo que crece aquí cerquita, lo de nuestros Vecinos.
Esta semana agregamos una nueva sección con canastas armadas con nosotros con mucho cariño, para que se les haga más fácil elegir entre tanta maravilla.